La universidad Minerva es un proyecto de iniciativa privada en Estados
Unidos que mezcla lo presencial con lo virtual. Sus estudiantes se concentran
físicamente en un campus, pero todas sus clases son en línea. Formalmente
inició sus actividades en 2014, ya ha egresado su primera generación de
estudiantes y ahora cuenta con más solicitudes de ingreso que instituciones de
alto prestigio como el MIT. Minerva está
revolucionando la oferta universitaria de EE UU y pretende demostrar que una
educación de élite no es sinónimo de una educación para los más ricos. Los
costos de estudiar en este centro de estudios, se reducen a la mitad de lo que
cuesta estudiar en universidades de alto prestigio como Harvard, Yale o el MIT.
De acuerdo con una nota publicada por el diario español El País, no se trata de una institución centenaria, ni acumula premios Nobel entre
sus alumnos, ni ofrece un campus espectacular. Las clases se siguen online, a
través de una plataforma que las retransmite en directo. Los alumnos, sin
embargo, se dan codazos por entrar en ella. “El motivo de la gran demanda es
que resolvemos los problemas que tienen el resto de universidades: la falta de
acceso a alumnos con menos recursos y la necesidad de enseñar conocimiento
práctico”, señala Ben Nelson, responsable de este proyecto incubado en San
Francisco, la meca del ecosistema start-up.
El sistema universitario, dice Nelson, es arcaico y está pensado para un mundo que ya no existe. “El problema es que las universidades están haciendo un buen trabajo, pero para el mundo de ayer. No están adaptadas a este mundo, en el que cambias de carrera, haces cosas muy diferentes y necesitas una transferibilidad”, critica.
La idea tradicional de que la universidad se encarga de
enseñar a sus alumnos a hacer una sola cosa, aunque a un alto nivel —ser
abogado, médico, matemático… —, es “falsa”, dice. “El trabajo de las
universidades es, en primer y más importante lugar, darte acceso a un conjunto
de herramientas que se puedan transferir a cualquier situación, sin importar
cuál es el camino que decidas emprender. Y después, entrenarte en el campo en
el que estés interesado”, asegura. “Pero ese primer elemento es lo que las universidades
generalmente ignoran. Y eso es un desastre”.
El proyecto Minerva, que en 2012 consiguió 25 millones de
dólares en financiación del fondo de inversión Benchmark Capital, arrancó en
2014 con apenas 69 alumnos y entre dudas por lo desconocido y singular de su
propuesta. Para empezar, en las pruebas de acceso no se tienen en cuenta los
resultados del SAT (el equivalente a la selectividad en EE UU), sino que han
diseñado su propio proceso de admisión para seleccionar a estudiantes con el
mérito como único criterio. Tampoco hay campus. Los alumnos comienzan su
andadura de cuatro años en San Francisco, donde viven en una residencia común
con el resto de compañeros y asisten a las clases interactivas de forma
virtual. Después, cada semestre viajan y viven en otros seis países y ciudades
diferentes: Buenos Aires (Argentina), Londres (Reino Unido), Berlín (Alemania),
Hyderabad (India), Taipéi (Taiwán) y Seúl (Corea del Sur).
“Exponemos a los estudiantes a cómo funciona realmente el mundo”, explica su responsable. Las clases tienen un máximo de 20 alumnos y bajo ningún concepto pueden ser lecciones magistrales. “No funcionan. Se ha demostrado que solo se produce un 10% de retención”. La universidad ofrece de momento cinco títulos —en Artes y Humanidades, Ciencias Computacionales, Ciencias Naturales, Ciencias Sociales y Negocios— en una concepción abierta de lo que debe ser un currículum académico. La idea es formar a profesionales flexibles capaces de moverse en entornos complejos y de adaptarse a los cambios drásticos que, seguramente, vayan a tener afrontar en cuanto comiencen su andadura laboral.
El debate sobre cómo educar a los ciudadanos del futuro no
es nuevo ni exclusivo de Minerva, sino que está en lo alto de la lista de
prioridades de cualquier institución educativa. La fórmula que propone esta
universidad es focalizar el aprendizaje no tanto en un cuerpo de conocimiento
que se recibe de forma pasiva, sino en habilidades más profundas y
transversales que se trabajan de forma activa: el pensamiento crítico, la
resolución creativa de problemas, la comunicación eficaz... Pero ese discurso
tampoco es nuevo. “Cualquier universidad del mundo dice que enseña todo esto”,
reconoce Nelson. “Pero si les preguntas cómo lo hacen, te dirán que te enseñan
Historia, o Ciencias… y luego el resto de cosas las aprendes por accidente”.
Durante el primer curso, los estudiantes se dedican en exclusiva a trabajar esa
base intelectual y no tanto a recibir conocimiento técnico.
Cuatro años después de que los primeros alumnos inauguraran
las peculiares no-aulas de Minerva, el número de estudiantes que quieren
engrosar sus filas no para de crecer. Las casi 2.500 solicitudes del primer
curso se han multiplicado por nueve y el porcentaje de admisión ha caído del
2,8% al 1,2%, a pesar de que la universidad no tiene un tope de plazas. “Somos
la universidad más selectiva de EE UU, pero tenemos un 90% de estudiantes
extranjeros y nuestro alumnado es más diverso socioeconómicamente que en
cualquier otra universidad del país”, señala Nelson. “Lo que ocurre en las
universidades tradicionales más selectivas es que dan enormes ventajas a los
solicitantes con más recursos”. Mientras la mitad de los estudiantes de la Ivy
League pagan de media unos 70.000 dólares al año, explica, en Minerva el 80% de
sus alumnos no puede permitirse más de 30.000 dólares.
En el equipo fundador de Minerva figuran nombres de peso
como el del expresidente de Harvard Larry Summers (que ya no está vinculado al
proyecto), aunque las voces críticas señalan que de momento es solo un
prototipo, un experimento con margen de riesgo. Lo cierto es que sobre ella
sobrevuela la incógnita de cómo valorará el mercado laboral a sus estudiantes,
pues su primera promoción acaba de graduarse. Su propuesta, en todo caso,
pretende ser una llamada de atención sobre los grandes retos que afronta la educación
superior: digitalización, internacionalización e igualdad en el acceso a la
universidad.
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